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Channel: EL BLOG DE LA MUERTE
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MALVERDE (Santos paganos II)

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Primero fue la leyenda de un hombre injustamente perseguido vuelto bandido generoso. Luego, su adoración como santo. El culto a Jesús Malverde se extendió de Sinaloa hasta más allá de las fronteras de México, a Estados Unidos y Colombia, al ser adoptado por narcos y pequeños delincuentes como santo patrón. Malverde es Chucho el roto y Robin Hood, es Martín Corona y el Rey del barrio. Es el protector de las víctimas de la pobreza y de los malos gobiernos, del lumpen, de los despreciados. 
Jesús se murió en la cruz,
en la cruz crucificado;
Jesús Malverde murió
en un mezquite colgado.

Aquí, en la tierra que quedó sepultada bajo este suelo de cemento, estaba el árbol donde colgaron a Malverde. Eso dijo el viejo, mientras golpeaba con la bota el lugar al que se refería. Después de unas fumadas se puso a toser, y continuó su historia envuelto por el humo de la mariguana. Según él, todo empezó en una cantina. Para los borrachos y para los corridos, todas las tragedias empiezan ahí.
Malverde se echó unos tragos y un desconocido le invitó otros más. Despertó al día siguiente dentro de un vagón de tren, con la nueva de que se había endeudado a lo grande y firmado unos papeles que lo comprometían a irse de obrero, a tierras lejanas y desconocidas, a trabajar en el tendido de vías férreas.
Para poder regresar a Culiacán gastó sus fuerzas juveniles colocando vías de la línea de Ferrocarril Sud-Pacífico desde un desierto extranjero hasta aquí. Diez años después de haberla dejado, Jesús volvió a su casa. Encontró a sus padres acostados en su cama. Sus cuerpos estaban tan limpios por la falta de alimento que no se habían descompuesto, aunque llevaban mucho tiempo muertos. Años atrás, se tumbaron para guardar fuerzas y el hambre chupó sus carnes y vísceras hasta dejarlas sin jugo. Los gusanos no encontraron que comer, sólo huesos y piel tensada sobre ellos como un tambor.
Como eran muy viejos, nadie los recordaba ni visitaba, así que nadie le pudo decir al hijo cuándo murieron. Jesús prendió fuego al jacal y a los sembradíos que la Culiacán Irrigation Company tenía en la tierra de su familia, y se fue para el monte perseguido por la policía rural, la acordada. Ahí se hizo más bravo que un gato cimarrón y formó una banda para trasquilar a los nuevos dueños de Sinaloa.
Robaban haciendas y casonas de ricos en los alrededores de Culiacán; asaltaban los carruajes que pasaban por los caminos a Quilá, Mocorito, Tacuichamona, Aguaruto, La Pipima y Navolato, y a los trenes cuyas vías ayudó a construir.
Decían que era imposible darle caza, pues tenía trato con el maligno. La verdad es que él y su banda se disfrazaban cubriéndose con grandes hojas de plátano, así se podían meter y escabullir en cualquier lado. Así, a mitad de una persecución, se esfumaban casi frente a los ojos de los rurales. Sus perseguidores podían ver una fogata prendida, acercarse y no encontrar a nadie por más que buscaran. Podían oír a los bandidos, pero no verlos. Empezaron a temerles como a una banda de fantasmas. Por eso ya le decían el ánima a Malverde, mucho antes de que lo ahorcaran.
Fueron sus víctimas las familias más poderosas de Culiacán: los Redo, los Fernández, los Martínez de Castro, los de la Rocha. Pero su blanco preferido era el gobernador de Sinaloa, el general Francisco Cañedo, amigo del presidente Díaz y socio de la Culiacán Irrigation Company.
Una tarde, le llegó una carta al gobernador. Con mucha educación y faltas de ortografía, el remitente le anunciaba que se metería a desvalijarle la casa, agregaba la fecha de la visita, 3 de mayo, y acababa firmando “Sullo, Jesús Malverde”.
El día prometido, sin importar la vigilancia puesta, penetraron en la mansión y la saquearon. Nadie notó la presencia de los ladrones, ni los perros. Lo que más le pudo a Cañedo fue el robo de una espada con joyas incrustadas que Don Porfirio le había regalado y que supuestamente perteneció al emperador Maximiliano.
A los pocos días, tapizaron Culiacán con carteles que prometían la recompensa de veinte pesos para aquel que entregara a Malverde, vivo o muerto.
Al parecer, la oferta era tacaña, porque nadie lo entregó. Su banda era famosa por repartir el botín con la gente pobre. Tal vez a eso se debiera que pudiera vivir otro año y repetir el siguiente 3 de mayo, carta mediante, su visita a la casa del general Cañedo. Esa noche, entre otras cosas, se llevaron el cinturón con hebilla de oro que el gobernador, poco antes de acostarse, dejó en una silla junto a su lecho.
La ciudad fue tapizada con carteles que ofrecían cien pesos por la captura de Malverde, vivo o muerto, además de prometer jugosas pagas para quienes dieran informes sobre su paradero y el de sus compañeros.
Casi un año después, a inicios de la primavera, hubo una balacera entre rurales y bandoleros en la que murió gente de ambos lados.
Gracias a sus disfraces de planta, los ladrones pudieron esconderse en la serranía, con las balas zumbando en sus oídos y rozándoles los cráneos, y llegar hasta su escondite, en una cueva que se localizaba rumbo a Mocorito. Ahí notaron que de unas hojas de plátano brotaba sangre humana: habían herido a Malverde. Estuvo guardado un rato en su escondite. Le pegó la gangrena en una pierna y se extendió rápido. Cuando notó que empezaba a oler a cadáver, bajó al pueblo en su caballo y le dijo a un viejo que lo entregara para cobrar la recompensa.
Le quebraron los huesos a culatazos hasta que las suelas de los rurales quedaron llenas de sangre y la porquería coagulada en el suelo atrajo a todas las moscas de Sinaloa, pero no confesó donde estaban la espada y los demás tesoros del gobernador.
La mañana del 3 de mayo, la misma fecha de los dos robos a la mansión Cañedo, lo colgaron de un mezquite en los arrabales de la ciudad, cerca de las vías de tren. Cuando dejó de patalear, lo degollaron para asegurarse de su muerte.
Se prohibió descolgar su cuerpo o enterrarlo, con la orden de ahorcar en ese mismo árbol a quien lo intentara. Debía dejársele podrir en la cuerda, a la intemperie, y que se lo comieran los cuervos.
Al parecer, el fallecimiento de Jesús Malverde no fue razón suficiente para que faltara a su tercera cita con el gobernador, y entre los objetos de valor que robaron esa misma noche de su mansión, estaba su pistola de plata, que había ocultado bajo su almohada antes de acostarse.
Un año después de la muerte de Malverde, seres invisibles se metieron por cuarta vez en la mansión de los Cañedo, y esta vez se llevaron hasta el anillo de bodas de la señora, que ella no se quitaba nunca, ni para dormir.
Al día siguiente, la señora Cañedo se fue de la casa con sus dos hijos. El gobernador se negó a huir y a dejarse vencer por un fantasma ladrón, y se quedó solo.
Dos años después de la muerte de Malverde, se metieron por quinta vez en la casa. Nadie supo bien qué pasó durante la noche, pero al otro día encontraron al gobernador diciendo incoherencias y disparando a todo lo que se moviera. Antes de que pudieran controlarlo, mató a dos de sus propios hombres.
Se esparció el chisme de que al gobernador se le apareció el ánima de Malverde, con el rostro comido por los animales carroñeros, pero limpia y elegantemente vestida, como le gustaba en vida, y luciendo los tesoros robados al general: su pistola de plata, su espada, su cinturón con hebilla de oro y hasta el anillo de bodas de la señora Cañedo, que el ánima usaba para ahorcar el negro paliacate que tenía alrededor del cuello, ocultando las marcas de cuerda.
Lo cierto es que el general quedó loco, y no volvió a recuperar la cordura. Fue recluido en el Hospital Psiquiátrico de Sinaloa. Un par de meses después amaneció tirado al lado de su cama, con los ojos muy abiertos, como si le hubieran cortado los párpados. La noche anterior le habían robado su vida, lo último de valor que le quedaba.

El cuerpo de Malverde se columpió durante unos meses en el mezquite, hasta que la cuerda se pudrió y cayó siendo ya puro esqueleto, aves y gusanos se habían comido todo lo blando. En el suelo, los huesos se mancharon con la negra y olorosa miel que suele manar del mezquite y salpicar a la tierra bajo su copa. Las hormigas devoraron los escasos pellejos que dejaron las alimañas carroñeras.
Pero, como al mezquite en que lo mataron, a Malverde no se le hacía desaparecer con facilidad. Los mezquites pueden ser quemados, arrancados de cuajo; pero vuelven a crecer, a veces de una raíz olvidada o de una vaina lanzada por los vientos de junio.
En una ocasión, un viejo campesino llegó hasta los restos del bandido buscando a su mula, su única posesión de valor, que llevaba horas extraviada.
-¡Tú que en vida me ayudaste, ayúdame a encontrar mi mula!- Le dijo a los huesos. A los pocos minutos apareció el animal, rumiando y meneando el rabo. Agradecido, el hombre colocó tres piedras sobre el cadáver, y al regresar al pueblo contó el milagro. Fue entonces cuando la gente empezó a visitar a Malverde para hacerle algún pedido y arrojarle una piedra por cada milagro concedido. Si bien estaba prohibido enterrarlo, nada se había dicho de empedrarlo. Así lo fueron sepultando poco a poco, cubriéndolo con una montaña de piedras.
Luego empezaron a dejar velas y flores, y al fin construyeron una capilla en el lugar. Sus devotos le atribuyen la protección de los que cruzan ilegalmente a Estados Unidos y de los pobres que enfrentan causas penales, siendo, como San Judas Tadeo, patrono de las causas perdidas. También ayuda a encontrar lo perdido y lo robado. Las pirujitas le rezan para que regresen sus mejores clientes. Los campesinos le piden que el ejército no queme sus cultivos de amapola y marihuana, y los traficantes de droga solicitan su ayuda para pasar mercancía al otro lado.
Pasaron los años. Cerca de la antigua estación de ferrocarril construyeron primero un nuevo Palacio de Gobierno y luego la Ciudad Judicial, y aprovecharon para destruir la capilla de Malverde. Intentando acabar con su culto, tumbaron el mezquite y taparon el suelo santo con cemento.
No se debe de hacer eso, la tierra es vida concentrada en polvo, como la leche en polvo, como una raya de coca. Debe estar al descubierto, no sepultada como un muerto bajo la piedra artificial, ni bajo el chapopote, negro y apestoso como el diablo, al cubrir con eso la tierra es como si el demonio se la montara. Por eso tiembla a cada rato en las ciudades y las grietas que entonces se abren se tragan a tantos que no se les vuelve a ver.
La gente construyó de nuevo la capilla en otro lado, y ahí es donde hasta hoy van a rezarle y a darle regalos. Pero no es en su capilla actual donde están los restos de Malverde, sino aquí, en el terreno sobre el que construyeron el estacionamiento de la Ciudad Judicial. Aquí, en la mera cueva del lobo, en la casa de Judas, bajo esa montaña de piedras que se ve tan mal y dificulta el paso a los coches, pero aún así nadie se atreve a quitarla.
El cuidador sonrío mostrando sus dientes podridos. Se sacó el escapulario que llevaba pegado al cuerpo y me lo presumió:
 –Siempre cargo su imagen- dijo. –Le pido que no me agarren los milicos, que no me cachen mi chicle motita. Le pido que me proteja, pues a mariguanos como yo son a los que les cortan la cabeza pa decorar puentes. Yo sólo soy un pinche franelero. Eso sí, todos me conocen y nadie me molesta si de vez en cuando me fumo mi churrito pa las reumas, hasta vienen los uniformados para que me moche o para que les venda.
Algunos se asombran al ver tamaño montón de piedras en medio del estacionamiento, y es que pocos saben que aquí estaba el santo mezquite donde lo colgaron, pocos vienen a dejarle su flor y su piedra.
Cada vez que hay cambio de comandante, mandan quitar las piedras. Pero ningún policía se atreve a tocarlas, menos lo haré yo.
Luego me llega mota de la mala, cocuda y húmeda, pero esa que le vendí es de la que fuma el Papa ¿A poco no pone en chinga? Ocúltese la merca en el calzón, no quiero que se la jallen, y váyase rápido de este lugar, que está lleno de tiras. Anda, váyase ya.
Eso fue lo último que me dijo el cuidador del estacionamiento, y me apresuré a seguir su consejo.


NOTADurante su gobierno, que duró de 1877 hasta su muerte, en 1909, con breves interrupciones en que subieron a la gubernatura peleles suyos, el general Francisco Cañedo, compadre de Porfirio Díaz, les entregó Sinaloa a los gringos: Les regaló terrenos, les condonó impuestos, les puso en charola de plata la mano de obra. El hacendado podía encarcelar o eliminar a sus trabajadores sin previa investigación. Mirar a los ojos del patrón era una grosería que se pagaba a varazos. Los peones quedaban endeudados de por vida y por varias generaciones gracias a los enganchamientos y a las tiendas de raya. En resumidas cuentas, todo estaba más o menos como ahora. Es en ese contexto de injusticia y mal gobierno que nace la leyenda de Jesús Malverde, que ha inspirado desde películas como Ahí viene Martín Corona, hasta obras de teatro como El jinete de la divina providencia, de Oscar Liera.
Las palabras sobre el mezquite, así como la información para esta nota, fueron sacadas de Jesús Malverde, Artículo del historiador Luis Omar Montoya Arias publicado en palabrasmalditas.net.



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